sábado, febrero 12, 2011

Sigue aquí.

Por un breve instante un verdadero ángel de luz me cobijó entre sus alas. Yo era aun muy niña para entender que su magia no era común.

Para mi simplemente era mi abuela, mi Uma como la llamábamos cariñosamente.

Recuerdo cruzar la puerta de su casa que estaba permanentemente abierta y escuchar su voz que, al escuchar mis pasos gritaba “inda inda coyachón!” (linda, linda, corazón). Ese grito me permitiría ubicarla y correr para prenderme de sus piernas.

Irradiaba amor con cada parte de su ser y yo con mis pocos años no podía despegarme (literalmente) de aquella fuente de felicidad.

Un abrazo, un plato de peltre con avena, un dibujo mío que ella atesoraba y una vaca de juguete que hacía leche de verdad, fueron escribiendo nuestra historia, nuestro encuentro siempre tan breve.

Ahora me la vuelvo a encontrar en palabras de alguien más. Me la encuentro para recordarme que mientras la siga platicando, ella seguirá conmigo para dejar que me abrace de sus piernas y para dormirme en sus brazos mientras ella me pasea en su mecedora.

Hasta siempre Doña Arminda

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