miércoles, abril 15, 2009

De vuelta (y de mis vueltas)

Mis pasos me llevaron por los últimos rincones de la frontera. Igual reconocí los lugares a donde la tecnología se adelantó unos años como las zonas que los locales se han olvidado y se reservan solo para los que hacen de la frontera un lugar temporal en su viaje hacia el norte.
Del otro lado de la frontera me encontré una renovada desaprobación a los que venimos de este país, lo cual, debo confesar, me sorprendió. Al final de cuentas, la mitad de los nacidos en esa parte de California portan mi color en su piel.
La ciudad estaba cambiada. Los puentes me confundían, los pequeños centros comerciales se expanden como epidemia y las personas parecen andar más apuradas de lo que recordaba.
Por otro lado fue lindo ver esas caras ahora 15 años más viejas. Reencontrarme con los amigos que creía perdidos y descubrir en ellos menos cabello, más historias y mucho menos tiempo fue un regalo que la casualidad de tiempo y espacio me ofreció.
Me sentí en un cuento, en una historia irreal y fantástica que giraba alrededor de la música. Me sentía transportada a otro lugar, otra verdad que nada tenía que ver con la mía.
Por las noches mi amiga y yo nos comportábamos como unas chiquillas entre esmaltes de colores, frituras y cuentos tontos y viejos. Las carcajadas bien podían haber despertado a los vecinos de la cuadra de a lado.
El tiempo se acabó. Con la maleta hecha emprendimos el camino de regreso. Un incidente con una llanta y una gata nerviosa hicieron del viaje toda una aventura.
En unas horas (no pocas) estaba de regreso. Casi de golpe me llegó la realidad, mi vida real. Ya en casa entendí que la frontera ya no es mi casa y que probablemente este cúmulo de historias y proyectos inconclusos y amistades viejas ya no sean suficientes para volver. Entendí también que estas ganas de moverme de lugar esta vez no serán tan sencillas de sacudir.
Los planes han cambiado. Tendré que apurarme para terminar de la manera que quiero el proyecto del puerto. Así entonces tendré la libertad de buscar el siguiente domicilio. Esta vez sabiendo que en el norte no hay nada para mi, ni a una hora ni a siete. Es momento que empiece a ver al sur. A lo mejor de aquel lado del mapa encuentro un lugar, cualquier lugar, que se parezca más a mi y al que pueda llamar casa.

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