martes, febrero 10, 2009

Las clases de música

No era si quiera parecido a lo que me imaginaba. El salón de música como el resto del edificio se veía descuidado y desordenado. Mis breves experiencias previas con el Instituto no habían sido para nada satisfactorias. Y ahí estaba yo, con el cuaderno entre los brazos como la niña que se oculta detrás de su oso de peluche favorito. El maestro me indicó sentarme al frente y rápidamente descubrió mi voz media.
Como ya lo he dicho... Creo en la música como otros creen en los cuentos de hadas (August Rush), así que estar en esa situación parecía un poco irreal.
Saqué la guitarra de su estuche y traté (torpemente) de seguir los acordes del resto de la clase. El maestro se mostró duro y exigente conmigo lo que, lejos de desagradarme, fue una grata y bienvenida sorpresa. Así en esas cuatro horas aprendí que no soy tan diestra en estos menesteres como lo pensaba, que el talento no nos llega por gracia divina o por herencia (por lo menos en mi caso) sino que se perfecciona a base de práctica, de constancia, de dedos amoratados y técnicas de solfeo que le confirman a mis vecinos que definitivamente la que escribe se ha vuelto loca.
Me hace feliz esto de la música. Ojalá se me hubiera ocurrido inventarla a mi.

No hay comentarios: