De reojo al pasado

Salí de la casa de mi madre con la cola entre las patas y el pequeño carro prestado lleno de cajas. Salí tan rabiosa como asustada. Así pasé unos días alojada por los buenos amigos que aparecen en las peores. Después de la tormenta mi madre y yo hablamos sobre que había llegado el momento para que cada una siguiera su camino. Con su bendición (y los muebles que me pudo dar) empecé a adueñarme de aquella casa rentada ridículamente barata en el final de la ciudad. Llegar a esta casa y verla sola era difícil, sobre todo cuando te dabas cuenta que por primera vez no había a quien contarle de tu día. Poco a poco empecé a crear mis propias tradiciones; rentar una película cada noche en el videomatic (24 horas) tomar una copa de vino acompañada de jamón y queso, después leer a Benedetti escuchando a Serrat. Entonces fue que me gustó estar sola. Me movía dentro de esa casa como si estuviera dentro de mi propia piel. Así pasaron un par de años, amigas llegaron y se fueron, fiestas las hubo ¡que si las hubo! confidencias, refugio, aventuras, secretos, inicios y finales. Todo se quedó almacenado en esta casa que, por si no tuviera suficiente encanto, se decía también estar embrujada. No se si extrañaré este tiempo. Lo atesoro y agradezco, pero pienso que es mejor vivir en el presente. Ahora atesoro y agradezco vivir (legalmente) con el hombre que amo, que compartamos el día, la tele, los adornos navideños, al perro, los ideales, las vacaciones, el amor a la familia y el futuro.

Ser intensa siempre te dejara las mas deliciosas secuelas en tu memoria.