sábado, octubre 24, 2009

Concierto involuntario

No tenía muchos ánimos. Había esperado bajo las cobijas a que la tempestad pasara, otras veces había funcionado.
Después de unos días en Hermosillo y bajo la advertencia de mi nueva y malhumorada personalidad mis amigas seguían insistiendo en verme.
Bajo la promesa de un té chai y una tranquila conversación en un café al aire libre finalmente accedí a acompañarlas.
Ya en carro confesaron sus verdaderas intenciones, un té por drive thru y un concierto de rock en la universidad.
Volví al estadio de futbol que no había visto desde finales de los noventas y tantos años más tarde la escena era la misma, un escenario montado al centro de la cancha, un grupo de rock alternativo tocando, un buen número de personas en el slam, otros tantos de pie frente al escenario, otros en las gradas lejos de la polvadera que el slam levantaba y los últimos sentados en el pasto cual concierto de Woodstock.
La música era un poco distinta, aunque podía notar la influencia de los rockeros de nuestros tiempos.
Los asistentes habíamos envejesido y algunos llegaban acompañados de sus hijos, unos bebés y otros ya bien entrados en la adolescencia. Esa segunda generación vestía tal cual lo hicimos nosotros hace más de 10 años, camisetas negras, mezclillas grandes y tennis viejos.
Los demás eran seres extraños, algunos hasta caricaturescos que vestían su propia interpretación de la moda ochentera, otras llevaban shorts que más bien parecían cintos y uno loco atarantado iba con una larga gabardina negra sin importar el calor que aun hace en estas tierras desérticas.
La música me dio la nostalgia de esos tiempos de vagancias "a pie" de noches sin planear, de los amigos de siempre.
Cuanto tiempo ha pasado y cuantas cosas han cambiado.
La que escribe descubrió que el mejor remedio para la tristeza es un té, buena música y un par de buenas amigas que no se dan por vencido.

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