miércoles, agosto 26, 2009

Al sol

El fin de semana nos visitaron mi padre y su esposa, una joven y buena mujer a la que queremos mucho. Siempre es bueno recibir familia. Así que empieza el ajetreo previo a las visitas, limpiar cada rincón de la casa (por dentro y por fuera), tener lista la comida que los invitados prefieren, disponer de un par de opciones en tragos y planear las excursiones por el puerto.
El viernes, al recién remodelado malecón y su nueva conexión con la escala náutica. Ahí la música ambiental, los juegos mecánicos y el box amateur eran testigo de las pláticas y las botanas que plácidamente degustamos sentados en una pequeña barda que divide el malecón de la bahía.
Al día siguiente, la visita obligada al mar. Para nosotros, la Manga (un pequeño pueblo de pescadores al fondo de San Carlos) es la mejor opción; es limpia, desolada y la arena es suave y libre de molestas y afiladas piedras.
Llegamos antes de las 9 de la mañana y la niña que llevo dentro me llevó a meterme al mar en cuanto pisamos la playa. Bien cubierta de bloqueador y con el agua tibia y cristalina permanecí en el mar hasta las 12pm con sus pequeños intervalos para rehidratarme. Esas deliciosas horas en el mar dejaron su huella en mi piel tornando mi color a un par de tonos más oscuro.
Desde ese sábado hasta ayer (martes) conviví con los piquetitos y el ardor que deja la piel quemada al contacto con cualquier cosa. Hoy, libre de dolor pensé que esa historia había acabado hasta que una delgada capa de mi piel empezó a desprenderse de mis hombros, mi nariz y mi frente. Así que será noche de exfoliantes, de suero, de descanso y quizá mañana volvamos a la normalidad.
Eso será justo a tiempo; solo un día antes de que mi padre regrese. Oh well, esta vez me quedaré a la sombra. Esta ha sido una experiencia para no repetir.

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