lunes, noviembre 17, 2008

Crónica de un funeral

Cada mañana revisamos los avances obtenidos y los pendientes del día. Planeamos como optimizar el tiempo y los recursos y salimos a trabajar. Era martes y teníamos todo listo cuando me llegó un mensaje; el hermano de un amigo había fallecido. Como su familia es de Empalme y a nuestro amigo lo conocimos en Hermosillo (donde él vive) nunca conocimos a la familia, pero decidimos que más que presentar nuestros respetos y despedir al difunto debíamos acompañar a nuestro amigo. Recibimos visitas hermosillenses en la casa que llenaron el aire de olor a frambuesa. Era un funeral de esos que ya casi no se ven mas que en los pueblos. Había de ese café que sabe tan malo pero que (por ser gratis o por la falta de opción) todos los concurrentes beben; había menudo para aguantar ese frío de la madrugada. Se oían los grupos platicando las historias del finado y las repentinas y refrescantes carcajadas de esos que no dejan que les gane la tristeza. En la funeraria su madre le hacía guardia como si cuidara su sueño. El olor a flores era intenso y parecía llegar hasta el último rincón del lugar. La noche fue corta y faltaba mucho camino por recorrer. Al día siguiente nos levantamos para ir a la misa de cuerpo presente y de ahí la caravana se fue a vuelta de rueda a lo que parecía el lugar más alejado de Empalme. Ahí se vivió el drama de la despedida realmente por primera vez ya que antes de ese momento todos parecían relativamente serenos; supongo que eso pasa cuando la muerte ha llegado anunciada.
Aprovechamos la ocasión para dejar instrucciones precisas en caso de fallecer cualquiera de nosotros (al fin de cuentas la muerte es la única seguridad que tiene cualquier ser humano). Así mientras una pedía su partida antirreligiosa, el otro decía querer rapidez y sencillez y yo pedía una despedida llena de música y de fiesta.
También me hizo agradecerle a Dios que en estos 30 años no me haya hecho vivir un duelo. Se que los que quiero no son inmortales pero agradezco cada momento que compartimos.
Es una suerte haber nacido en México donde la muerte, al tener su propio día de fiesta pareciera ser un poco más amiga y menos villana. Ojalá y se mantenga así, a una distancia razonable, sabiéndose respetada más no temida y llevando la fiesta en paz.

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