Este par de noches ha habido tormenta en el puerto. La luz de los truenos hace que la noche se pinte de un color de naranja a negro, como si aún estuviera atardeciendo. El agua decidió que no era suficiente correr por las calles y decidió meterse a las casas (incluida la mía). Adentro de la casa también había tormenta. Como lo hacía hace muchos años salí a mojarme en la lluvia, a purificarme y sentir que el agua se lleva en sus gotas todo eso que necesitaba salir de mi cuerpo. El chuckles acostumbrado a seguirme salió detrás de mi y al verse expuesto a la lluvia empezó a dar salto y a correr desesperadamente tratando de que esas gotas no lo alcanzaran (para los que leen esta tinta saben que mi perro cree que es un gato y como tal no le gusta el agua). La luz se fue a la mitad, solo lo suficiente para dejarnos en penumbra y que los aparatos grandes no funcionaran. Con esto nos quedamos sin aljibe (claro, esto sucedió cuando el chuckles y yo nos estábamos bañando), sin refrigeración, sin teléfonos, sin internet y lo peor de todo sin televisión. No se como sobrevivimos esas 3 horas sin ver en todos los canales las olimpiadas y escuchar por millonésima vez que un clavadista se quedó corto en la vertical. Esta mañana nos ha encontrado exhaustos, con la casa como si hubiera pasado el huracán, con el chuckles oloroso a suavitel pero lleno de lodo y afortunadamente con un problema menos. A lo lejos veo venir a paso lento a "la calma", esa que dicen que llega después de las tormentas. Es un buen día para estar aquí.
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