El tiempo se había terminado, estaba de pie en medio de ninguna parte sin saber a donde ir. Sobre los hombros pesaba la mochila que había llenado con un par de cambios, unas historias, la ropa de mi madre, las memorias de mi padre y un montón de disculpas. Se había acabado mi tiempo en lo que fue mi casa y ahora ya no sabía como llamarle. Mis pasos me llevaban lentamente mientras caían unas gotas de lluvia, de esas que parecen más bien brisa, y mientras pensaba cual sería mi siguiente destino me reclamaba lo desafortunada de mi elección de fechas para ir a ¿mi tierra?. Con tantos de viaje, otros con deadlines y los que estaban en realidad estaban en otra cosa. Reconocía lo poco que ha cambiado desde que me fui y por fin usé el SUBA, el medio de transporte que antes me llevaba a todas partes con agujeros en le piso, música del Vale, las ventanas descompuestas por las que se cuela el aire caliente, el rechinido de la máquina al frenar, los asientos rallados y el clásico "echele ganitas" con las que recibía el chofer a cuanto pasajero recibía; ahora estaba limpio, sin rallones, con asientos acolchonados, con un sistema que no permita que el camión se mueva hasta que las puertas se cierren, bueno, hasta con refrigeración funcionando. Aunque eso si, de la música del Vale ni Dios padre nos libra.
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